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Estreno 2010, Teatro Nacional, Bogotá.
Mientras hay unos intolerantes que siguen creyendo que las masacres y los crímenes de lesa humanidad que han ofendido al país son inventos de unos fiscales apoyados por el comunismo, según la doctrina que propalan los joséobdulios y los plinios, el Teatro Nacional presenta una obra, en la que se ocupa magistralmente de la tragedia de Trujillo, que no todos los colombianos hemos olvidado, ni queremos que se olvide.
La obra está basada en documentos suministrados en su mayor parte por el “Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación”, que por fortuna recopiló toda la información de lo que fue ese horror de la masacre de Trujillo, en la que estuvieron comprometidas fuerzas del Estado en vulgar complicidad con el narcotráfico y paramilitares.
En lo que se conoce como “masacre de Trujillo” murieron 342 personas, entre 1989 y 1992. La justicia colombiana, como siempre, ha resultado impotente para juzgar y encarcelar a los responsables, como lo evidencia el hecho de que uno de sus principales sindicados, el mayor (r) del Ejército Alirio Antonio Urueña Jaramillo, hoy sea prófugo de la justicia, gracias a un vericueto legal que lo puso temporalmente en libertad. A otro ritmo andan las cosas en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, organismo que le ha dado la mayor importancia a estos crímenes, abriendo el ya voluminoso expediente 11007. Por fortuna, el Estado colombiano durante la administración Samper admitió la responsabilidad en esos hechos, por lo que es de esperar que los entes públicos hayan cumplido cabal y oportunamente la obligación de indemnizar a las víctimas y a sus deudos.
Es hábil y agradable la manera como se presenta la obra, utilizando el recurso de poner al público como testigo y en escena a un editor —Fenster— en el trance de cumplir la obligación de armar un documental sobre tan violentos sucesos. Con sobrada razón, este trabajo ya fue galardonado con el Premio Fanny Mikey 2009 al Teatro Colombiano.